Los sistemas alimentarios son una de las principales razones de los cambios en los ecosistemas, incluidos los climáticos.
No parece que los sistemas alimentarios actuales sean saludables ni sostenibles. Suponen una gran pérdida de biodiversidad, daño a ecosistemas completos, y alteración de los ciclos globales del carbono, fósforo y nitrógeno. Al mismo tiempo que el desperdicio de alimentos se dispara, 820 millones de personas sufren de hambre y 2000 millones padecen enfermedades relacionadas con la dieta.
La producción de ganado es una de las causas principales del cambio climático, la pérdida de suelo, la contaminación del agua y nutrientes y la disminución de los depredadores y herbívoros salvajes. La producción de alimentos vegetales no está exenta de impactos asociados al medio ambiente: parecen ser ambientalmente más sostenibles –utilizan menos recursos– y tienen una huella ecológica más pequeña, pero requieren de grandes superficies, tratamientos y comparten la necesidad de transporte a grandes distancias.
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La agricultura y la ganadería utilizan entre el 30 y el 40% de la superficie y son responsables del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y del 70% del uso de agua dulce. Las pesquerías han explotado completamente el 60% de la población silvestre y sobrepescado otro 30%.
El impacto de la cría de rumiantes es mayor que el de otros animales: mayor emisión de metano y mayor producción de alimento para ellos. Según algunas estimaciones, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para la producción orgánica de pollo y cerdo pueden ser mayores que las convencionales (crecimiento más lento y menor eficiencia alimentaria). Los sistemas orgánicos requieren más tierra que los convencionales.
El principal cultivo responsable de la pérdida de bosque en el Amazonas es la soya, empleada mayormente para producir pienso, y en mucha menor proporción como fuente de proteína vegetal en las dietas vegetarianas procesadas. En Brasil, la producción de soya es hoy cuatro veces mayor que la de hace dos décadas.
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Es bien sabido que las dietas vegetarianas y veganas generan menores impactos ambientales (emisiones de GEI y ocupación del suelo). Los sistemas orgánicos ofrecen servicios ambientales, no usan pesticidas, aumentan la resiliencia de la agricultura y pueden mitigar efectos futuros del cambio climático en los rendimientos. Los impactos ambientales de las dietas no solo deben evaluarse en términos de patrones dietéticos, deben integrar los sistemas de producción mirando hacia la conservación.
El campo de la conservación se basa en la ética, incluyendo la apreciación de la naturaleza, la comprensión de la necesidad de protegerla y la creencia de que la Tierra debe ser compartida entre los seres humanos y la naturaleza.
Se ha propuesto que es incorrecto consumir productos de granjas industriales porque causa dolor y sufrimiento, apelando a que los animales tienen derecho a un trato respetuoso, y a no ser considerados un recurso. En cuanto a los animales silvestres, la escasez de alimentos y agua, la depredación, las enfermedades y la agresión intraespecífica son factores del medio ambiente natural que causan sufrimiento a los animales de forma regular.
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El informe EAT‑Lancet propone una dieta sostenible, nutritiva y saludable compuesta de verduras, frutas, cereales integrales, legumbres, frutos secos y grasas insaturadas, una cantidad pequeña de pescado y aves, y muy poca o ninguna carne roja, carne procesada, azúcares añadidos, cereales refinados y verduras con almidón. Con ella debería ser posible cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.
Las dietas sostenibles estás compuestas por “alimentos traídos al mercado con procesos de producción que tienen poco impacto ambiental (preferiblemente locales), es respetuosa con la biodiversidad y los ecosistemas, y es nutricionalmente adecuada, segura, saludable, culturalmente aceptable y económicamente asequible”.
Considerando estos aspectos, la dieta omnívora tiene peores huellas de carbono, de agua y ecológica.
Un cambio hacia la adopción de dietas “más” vegetarianas mejoraría tanto el bienestar humano como la salud del planeta. Producirían menores emisiones de GEI, menor demanda de agua dulce y tierra, y menor pérdida de biodiversidad. Se obtendrán resultados aceptables en el uso de la tierra cuando la dieta incluya un 35% menos de carne (disminución del 24% en el uso de la tierra).
Por otro lado, los impactos de las dietas que incluyen carne y otros alimentos de origen animal pueden disminuir sólo si se dan las siguientes condiciones:
Vía The Conversation