El impacto medioambiental y el modelo de consumo derivado de la pandemia prefiguran ya una nueva forma de alimentarse, basada en plantas y sostenible.
La pregunta sobre qué y cómo comeremos en los próximos años apunta hacia ciertas tendencias: tecnificación, sostenibilidad, cero desperdicio y proximidad; que parecen estar llegando para quedarse.
A otras más conocidas desde hace años, como el desarrollo de proteínas vegetales para fabricar carne, la incorporación de nuevos alimentos a nuestras dietas, o incluso cómo hacer más sostenibles e inteligentes los envíos con la compra semanal, se le han sumado otros retos que, como sociedad debemos alcanzar para que, dentro de medio siglo, nuestro planeta siga siendo un lugar idóneo para la vida.
Según expertos, en los próximos años, el sector de la alimentación va a estar marcado por cinco ejes principales:
Teniendo en cuenta estos ejes, la pregunta más frecuente que se hace la mayoría de los ciudadanos es: ¿qué comida habrá en mi plato y cómo llegará hasta mí a lo largo de la próxima década?
Los avances que más sorprenden a los ciudadanos son las nuevas formas de procesar alimentos, por ejemplo, la creación de sustitutos de carne a base de legumbres y otros vegetales, o a través del cultivo de células animales para producir carne saludable evitando el sacrificio animal.
Pero no todos los productos que llegarán a nuestros platos, apuntan a sustitutos o alimentos creados en laboratorios. La gran mayoría provendrán del mundo rural. Un factor común será la reintroducción de nuevos alimentos producidos en el campo y alejados de la agricultura intensiva, lo que será beneficioso para nuestras dietas y también para las poblaciones rurales.
El nuevo modelo de consumo también arrastra uno de los mayores retos a los que se enfrentan las generaciones futuras: el uso excesivo de plásticos. El empaquetado comercial representa un alto porcentaje de la huella de carbono que genera una compra, especialmente por internet. Hay estudios que apuntan a que el plástico está presente hasta en un 45% de dichos envoltorios, según datos del estudio “Comercio electrónico basado en la cadena cerrada de suministro para el reciclaje de plástico”, publicado en 2020 por el investigador Saikat Banerjee, para la revista científica de la American Chemical Society. De ahí que una gran parte de los esfuerzos del sector agroalimentario y logístico estén encaminados a reducir ese material.
Una de esas iniciativas es la fabricación de envases sostenibles y biodegradables, utilizando algas como materia prima. Desde bolsitas de kétchup hasta cajas para guardar alimentos sólidos, estos productos pueden ser una alternativa también para los envoltorios contaminantes.
Paralelamente al empaquetado del producto, también se encuentra la gestión logística para acercar el alimento hasta el comprador final. En este sentido, algunas empresas de reparto ofrecen un servicio de envíos verdes ante la creciente demanda de sus clientes. En esas prestaciones, el packaging está elaborado a base de cartón reciclado y con poca tinta, se utilizan vehículos no contaminantes y se ejecutan unos plazos de entrega más espaciados con el objetivo de consolidar paquetes y reducir así el número de trayectos y las emisiones.
A la demanda de envases sostenibles se ha incorporado otra condición más: que conserven durante más tiempo y en óptimas condiciones sanitarias el alimento que protegen. Para evitar este problema, una empresa ha creado una etiqueta, llamada “Mimica Touch”, que, al ponerla en contacto con un alimento, indica si se puede consumir o no. Cuando la etiqueta tiene un tacto rugoso, el producto está en mal estado. “Esta pegatina también ofrece la seguridad de que los alimentos que la llevan se han almacenado correctamente y son seguros. Como la etiqueta es sensible a la temperatura, mostrará si el alimento está fresco”. La empresa asegura que este tipo de tecnología puede reducir el desperdicio doméstico de comida hasta un 63%.
Este tipo de iniciativas y cambios enfocados en el sector agroalimentario han acaparado las miradas de miles de inversores en los dos últimos años: se calcula que más de 20.000 millones de euros se han destinado en todo el mundo para desarrollar iniciativas en este campo.
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Vía El País