Del 30% de la comida que desperdiciamos, podríamos recuperar más de la mitad.
Vocifera el dicho: “Hasta lo que no come le hace daño”, y así es, lo que no comemos daña el medio ambiente. Mientras en las grandes ciudades y los países desarrollados se tira una tercera parte de los alimentos producidos, tenemos regiones donde el alimento escasea. Si bien el tema está más enfocado hacia la distribución, también debemos tomar consciencia que lo que no nos estamos comiendo y termina en la basura, aporta a problemas tan grandes como el hambre y el cambio climático, por los gases de efecto invernadero que emite la materia orgánica en descomposición.
El desperdicio inicia desde la selección de las semillas que serán utilizadas para producir los alimentos, seguido de lo que se pierde durante la cosecha, luego la selección por parámetros no solo funcionales, sino estéticos en distintos puntos de la distribución, inclusive al momento de la compra, las personas desechan los alimentos porque no se ven perfectamente redondos o tienen algún defecto estético, inclusive si están en buen estado o pueden aprovecharse.
De lo anterior, surge el movimiento “Waste food”, una de las tendencias en alimentación sostenible que se han fortalecido en la última década. Este movimiento, busca reducir y hasta eliminar por completo, el desperdicio de alimentos, y, junto con el “cero residuos”, evitar que estos alimentos terminen en vertederos generando contaminación a los suelos y agua, así como generando gases de efecto invernadero.
Tanto en casa como en comedores y restaurantes es posible reducir significativamente el desperdicio de alimentos, iniciando con los requerimientos de compra, donde la estética no sea una razón para evitar su adquisición. Con estética nos referimos a lo que erróneamente se considera como defectos físicos de los alimentos (formas irregulares, manchas, etc.), en contraste a los alimentos que se encuentran enmohecidos o con indicios de putrefacción y que podrían causar alguna enfermedad.No obstante, se puede diferenciar entre las partes en mal estado que causarán un daño, de las que no. El color del moho es un ejemplo: aunque muchos hongos pueden ser eliminados con la cocción por encima de 200°C, en el caso del moho negro, aún retirándo las partes afectadas del alimento, las toxinas que se generan tienden a permanecer. Algunos mohos que crecen en medios sólidos pueden ser seguros si se raspan y eliminan 2 cm alrededor de la mancha (ya que el micelio, el equivalente a las raíces de los hongos, se puede expandir alrededor). No obstante, entre más suave y húmedo es un alimento, la penetración del moho en las intrincadas redes es más profunda, por lo que se recomienda eliminar el alimento completamente.
Para evitar la formación de hongos y bacterias perjudiciales, se debe realizar una limpieza exhaustiva y rutinaria en los equipos de almacenamiento y controlar la temperatura y humedad de los mismos, así como comprar alimentos frescos, locales (para reducir el tiempo que pasan en transportación) y de temporada, así como evitar almacenarlos por largo tiempo. Planee adecuadamente el consumo de alimentos de acuerdo a su demanda diaria y semanal, para asegurar que no crezcan hongos y bacterias no deseados.
Muchas veces, se desechan alimentos que están ligeramente fermentados, pero que con una cocción de al menos 20 minutos y por encima de 200°C, quedan perfectamente aptos para su consumo. El sabor del ácido láctico (que es el que causa la fermentación) puede reducirse utilizando especias fuertes, como el chile. Igualmente, tendemos a tirar las pequeñas sobras de comida, que pueden ser trituradas y condimentadas para un relleno para un pay o hechas a tipo de medallón para hamburguesa o nugget.
Las frutas o verduras que ya no son agradables al paladar por su textura o incluso sabor, pero que no presentan manchas de moho, pueden ser preparadas para mermeladas y conservas, con una cocción previa para destruir las bacterias que pudieran haberse formado.
También congelar aquellos alimentos que próximamente no estarán en condiciones óptimas de consumo, es una excelente opción para aprovecharlos.
El pan duro, si es dulce, puede utilizarse para hacer pudín, y si es pan salado, sirve como crutones para ensaladas, pan para empanizar o inclusive como complemento para relleno de pays, entre muchas otras opciones de uso.
Todos los recortes de frutas y verduras que generalmente no se utilizan, como las cáscaras y extremos de las frutas, se pueden aprovechar para hacer una crema de verduras, cociéndolas y moliéndolas muy bien, se aprovecha así la fibra que contienen las cáscaras. Existen también otras preparaciones que se pueden hacer con las cáscaras, como tinga con cáscara de plátano, tepache con cáscara de piña, lasañas que usan las cáscaras de calabaza y berenjena en vez de pasta.
Las semillas de las frutas, como en el caso del melón y la sandía, pueden utilizarse para hacer lechadas. Las tortillas duras, se pueden remojar y moler y hacer con ellas masa para tamales o inclusive para sopes y otro tipo de antojitos mexicanos basados en masa de maíz. También chilaquiles y sopa de tortilla.
Las flores de jamaica utilizadas para hacer el agua, sirven para una infinidad de preparaciones como un sustituto de carne, siendo las más populares, los tacos dorados de jamaica.
Las lechugas y otras hojas verdes que ya estén demasiado suaves para hacer ensaladas, se pueden utilizar para hacer sopas, cremas y otras preparaciones.
Incluso, los aguacates que ya están muy oxidados, con jarabes de agave o de maple y cacao en polvo, pueden convertirse en una cobertura para pastel o un mousse de chocolate.
Los alimentos que contienen productos de origen animal, requieren una especial atención y no son tan fáciles de recuperar una vez que han estado fuera de congelación o han pasado su fecha de caducidad o consumo preferente, debido a que la putrefacción de estos alimentos es más rápida y genera toxinas más peligrosas que las de frutas y verduras.
En la red existen muchas recetas que pueden hacerse con esos alimentos que creemos que debemos desechar.
Al final, si no es posible recuperar esos alimentos, compóstelos, para evitar así que terminen en vertederos.