Apagones eléctricos: ¿Tenemos lo necesario para el próximo?

El día que España se quedó a oscuras fue una llamada de atención contundente sobre la fragilidad de nuestros sistemas energéticos

Escrito por Sofía Ruiz
29/04/2025 12:12

El mediodía del 28 de abril de 2025 quedó grabado en la memoria colectiva de la península ibérica. Alrededor de las 12:33, el sistema eléctrico falló causando un apagón masivo en España, Portugal, Andorra y en algunas zonas de Francia e Italia.

Las ciudades se paralizaron. Los semáforos se apagaron, el metro se detuvo en los túneles. Los hospitales se vieron afectados. Las comunicaciones móviles y de internet fallaron. Dejaron de funcionar las cadenas de frío que aseguraban la conservación de productos sensibles a la temperatura, como vacunas y alimentos.

Mientras las causas exactas del apagón español siguen bajo investigación y se debaten las soluciones, este evento nos obliga a preguntarnos: ¿fue simplemente un incidente aislado?

Si bien la respuesta a esta pregunta aún no es clara, cada vez más análisis apuntan a que factores globales como el cambio climático, con sus fenómenos meteorológicos extremos y la creciente presión sobre infraestructuras energéticas desactualizadas, podrían hacer que los apagones sean más frecuentes en todo el mundo.



El alto costo de la oscuridad

Cuando se va la luz, todas y todos pagamos. Un apagón de esta magnitud no es solo un inconveniente, representa un golpe económico y social considerable. Las luces apagadas se traducen en pérdidas tangibles para empresas, trabajadores y la sociedad en su conjunto.

El impacto se siente en la vida diaria: los servicios de emergencias, el transporte, la imposibilidad de ir al trabajo o a estudiar. Para los hogares, un apagón prolongado puede significar la pérdida de dinero en alimentos perecederos que se echan a perder en refrigeradores que no enfrían.

Tu despensa, tu batería

El argumento detrás de esto es simple: muchos alimentos básicos de una alimentación vegetal son más resistentes en ausencia de refrigeración y cocción. En contraste, durante un apagón, los alimentos de origen animal son los primeros en dejar de servir sin refrigeración constante y la mayoría de carnes, aves, pescados y huevos requieren una cocción completa para ser seguros, lo cual es complicado sin fuentes de energía fiables.

Más allá del apagón: ¿Cómo aliviar la presión sobre la red?

La conexión entre nuestra alimentación y la resiliencia ante apagones va más allá de la “despensa de emergencia”. Nuestras elecciones alimentarias cotidianas tienen un impacto acumulativo en el sistema energético global y, por extensión, en su vulnerabilidad.

Es un hecho, la producción de alimentos de origen animal, en general, consume significativamente más recursos energéticos, hídricos y terrestres que la producción de alimentos vegetales equivalentes en términos nutricionales.

La cría de animales requiere grandes cantidades de energía para producir y transportar su alimento, mantener las instalaciones, procesar los productos y, crucialmente, lograr la cadena de frío para que los productos de origen animal lleguen desde la granja hasta el consumidor. Los procesos metabólicos de los animales también son inherentemente menos eficientes en la conversión de energía vegetal a proteína animal.

Esta mayor demanda energética de la ganadería industrial se traduce en una mayor presión a la red eléctrica global.

Si bien la elección individual de comer menos de estos alimentos puede parecer pequeña, un cambio colectivo hacia hábitos de consumo basados en plantas puede contribuir a reducir la demanda energética general a largo plazo.

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Además, la producción ganadera es una fuente importante de emisiones de gases de efecto invernadero, que son el principal motor del cambio climático.

Al reducir el consumo de alimentos de origen animal, no solo se disminuye la presión directa sobre la red eléctrica, sino que también se contribuye a mitigar el cambio climático, abordando así una de las causas raíz del aumento de fenómenos meteorológicos extremos que, como hemos visto, amenazan la propia estabilidad de la red.



Un círculo virtuoso

Aquí se revela una conexión poderosa: las mismas elecciones alimentarias que nos hacen más resilientes a nivel individual durante un apagón, son también las que contribuyen a aliviar la presión sobre el sistema energético y a combatir el cambio climático.

Adoptar una alimentación que priorice el consumo de legumbres, semillas, cereales, frutas y verduras, no es solo una estrategia de adaptación personal a un sistema vulnerable: es también una forma de participar activamente en la construcción de un sistema alimentario y energético más sostenible y sólido. Así creamos un círculo virtuoso donde la resiliencia personal y el beneficio sistémico se refuerzan mutuamente.

En conclusión, adoptar un enfoque de alimentación basado en plantas, no sólo en nuestra despensa, sino a lo largo de toda la cadena productiva es una estrategia inteligente y proactiva para proporcionar seguridad alimentaria, reducir el desperdicio y nos da autonomía cuando los sistemas externos fallan.

Los desafíos energéticos y climáticos son complejos y requieren acciones en todos los niveles, pero no debemos subestimar el impacto de nuestras decisiones cotidianas. Al "energizar" nuestros platos con opciones vegetales, no solo cuidamos nuestra salud y bienestar, sino que también fortalecemos nuestra capacidad personal para afrontar la incertidumbre y contribuimos, bocado a bocado, a un sistema más equilibrado y resiliente para todos. ¡Súmate hoy y elige la alimentación sostenible!


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